TERCERA JORNADA

 

Aviso para navegantes: ésta va a ser la crónica más corta en cuanto a grupos de las tres jornadas del Desertfest y solo hay dos culpables de ello: Anneke Van Giersbergen y mi obsesión con la voz de esta mujer. Con el abono de los tres días del festival comprado hace meses, descubro que la cantante holandesa va a hacer una gira ella solita interpretando canciones en acústico en sitios pequeños e íntimos. Repaso las fechas y obviamente no se acerca por estos lares, mientras que observo varias fechas en Alemania, entre las que se encuentra ni más ni menos que Berlín justamente coincidiendo con el último día del Desertfest. Me entran las dudas y tras aproximadamente cero coma un segundos de deliberación mental adquiero la localidad para dicho evento. Sé que eso me va a suponer perderme algunas bandas del festival, pero después de haber visto a Anneke en todos los formatos posibles, no podía dejar escapar la posibilidad de verla sola y en acústico. Las cosas vienen como vienen, qué le vamos a hacer. Y cada cual tiene sus prioridades musicales y para mi Anneke está por encima de muchas otras.

Dicho lo cual, volvemos al origen de este embrollo y para empezar me encuentro de buena mañana con un sol espléndido y una temperatura ideal, muy lejos del frío recibimiento de dos días atrás. Momento perfecto para husmear entre las tiendas de discos cercanas. No encuentro nada especialmente reseñable y si lo hago ya lo tengo, con lo que con las manos vacías y el bolsillo contento, almuerzo algo rápido antes de sumergirme en la última jornada en la sala Astra, a la que por supuesto llego de nuevo antes de la hora establecida para el comienzo de las actividades para continuar con esta tradición de la cervecita previa en el jardín del recinto, esta vez sí que acompañada de unos rayos de sol estupendos. Una vez saciado por dentro y por fuera, me adentro en el local para empezar a disfrutar de una sesión más breve de lo habitual pero que acabaría siendo tan intensa o más que las dos jornadas precedentes.

A las 14:00 empezaban en el escenario pequeño su actuación los británicos Desert Storm. De nuevo y por enésima vez, una banda de la que no tenía referencia alguna. Para mí el descubrimiento mayor de los tres días de festival. Me doy de bruces con un grupazo de ese stoner desértico más cercarno al southern metal que a ningún otro movimiento. En la onda de los mejores Down, pero bastante mejor que lo que estos últimos nos están ofreciendo últimamente, suenan sin parar temazos uno tras otro. Con ramalazos a lo Corrosion Of Confomity e incluso a Pantera en sus momentos más cañeros, me saben a gloria y vuelven a convertir el inicio de la jornada en una colección de riffs pantanosos que llenan mis oídos de gozo y alegría. Encima con una entrega tremenda encima del escenario, no me queda más remedio que dejarme llevar por sus derroteros tras concluir su actuación directamente a la carpa del terror de las carteras y adquirir su reciente “Omniscient”, discazo del copón bendito que me permito la licencia de recomendar desde ya a todos los amantes del estilo que más ha definido este tipo de metal desde la norteamericana ciudad de New Orleans y alrededores. Prueba de ello es la legión de bandas similares que han surgido en estos años y Desert Storm se han sumergido sin pudor en esos pantanos de lodo para salir de ellos desde Oxford con temas directos a las ingles. Muy pero que muy interesantes.

 

Cuarto de hora para tomar otro poco de sol en el jardín, echar un cigarrito y vuelta al escenario grande para presenciar el concierto de los norteamericanos Black Pussy, otro grupo desconocido y otro buen descubrimiento. Gran show de los de Portland, en unos cuarenta minutos que pasaron volados, como volar bajo sustancias psicotrópicas suponen sus conciertos. Al menos el que ofrecieron el sábado. Toda una experiencia por parte de un quinteto bien engrasado que te encierran en su cápsula del tiempo setentera, de la que no tienen intención de salir y todos tan contentos de que no lo hagan. Un space rock excepcionalmente ejecutado por cinco músicos de los de verdad, de los que es la primera vez que ves pero te dices a ti mismo: “aquí hay madera y de la buena”. Guitarras de las que dejan poso que se complementan con voces y especialmente unos teclados realmente geniales. Imperdonable no haberlos conocido antes y más cuando compruebo después que son varias las publicaciones con las que cuentan. ¿Qué estaría yo escuchando en vez de a esta gente? Seguramente algo igual de bueno o incluso mejor, pero es que no me da la vida para tanta banda. Eso sí, Black Pussy pasan desde ya a mi interminable lista, pese a su digamos al menos “curioso” nombre artístico.

 

Veintidós años de carrera y siete discos contemplan al trío Stinking Lizaveta, procedentes de West Philadelphia. Pues ni idea, para qué negarlo. Ni una nota de su discografía y ni siquiera me sonaba su nombre. Otra de esas rara avis que nos ofrece este magno evento. Sin comerlo ni beberlo me encuentro con una formación instrumental que incluye tonos de lo más heavy con sonidos doom, punk, psych e incluso ya puestos diría que hasta jazz. Esa amalgama de sonidos podría resultar un desastre de proporciones épicas en manos de otros músicos, pero estos tres llevan una carga encima de años de escenario que se les nota a la legua y lo que podría ser un desvarío sónico se convierte en un concierto más que disfrutable y que me hará seguirles en un futuro. Una ejecución genial por parte de sus miembros en la que ha sido una de esas actuaciones únicas dentro del festival, junto con la de Coogans Bluff. Tenía pensado ver unos cuantos temas y descansar algo después ante mi desconocimiento total del grupo pero su buen hacer me obligó a presenciar su actuación completa olvidándome por completo de ese descanso reparador. Estas son las perlitas que hacen del Desertfest el evento que es.

 

Situado en primera fila me dispongo a continuación a presenciar el concierto de los suecos Asteroid, grupo al que esperaba con ilusión y que cumplieron más allá de mis mejores previsiones. Su fuzz-stoner marcado con tonos blues, sello de la casa, no defraudó lo más mínimo. Cuarenta y cinco minutos de enorme presencia escénica y ejecución musical que hicieron pequeño el escenario grande. Tras una pausa de tres años parecía que iban a acabar en el olvido y desaparecer como banda, pero demos gracias a los antiguos dioses vikingos porque eso no haya ocurrido y celebremos su retorno a la actividad y a lo que siempre han sabido hacer con la maestría que caracteriza a los músicos y las formaciones de aquellas tierras nórdicas. Afortunadamente, Asteroid han vuelto y esperemos que para quedarse. Una combinación perfecta de voces entre guitarra y bajista, quedándome con este último como uno de los mejores músicos que he podido presenciar en todo el festival. Y ya no solo por su peculiar puesta en escena con una especie de poncho psicodélico que te hacía desviar la mirada hacia él, sino por una manera de tocar el bajo que apabullaba a propios y extraños.

 

Kaleidobolt surgían de uno de los laterales del escenario pequeño para desde su gélida Finlandia ofrecer otra lección de cómo se hacen las cosas bien hechas en este mundillo tan acostumbrado a meter en el mismo saco sin complejos el amor al legado de las bandas más potentes de los setenta, elementos progresivos, toques stoner, largos pasajes psicodélicos y demás sonidos obviados por la mayoría silenciosa y aclamados por nuestra minoría alerta a todo aquello que destile esos efluvios musicales. De nuevo en forma de trío y tan solo con un álbum a sus espaldas, la calidad que atesoran y sus directos les han llevado a ocupar puestos ya intermedios en los carteles de los festivales que acabarán convirtiéndose probablemente en lugares más altos a no mucho tardar. Con una facilidad insultante para desarrollar en vivo su propuesta trasladaron a los que llenábamos el Foyer Stage a uno de esos trances hipnóticos en los que es tan sencillo perderse cuando están tan bien interpretados. Un enorme “hurra” por estos fineses.

 

En la que iba a ser mi última visita por este año al escenario grande, los alemanes Dÿse demostraron más que cualquier otra banda patria de todo el festival que jugaban en casa. Hace unos años ya los vi aquí mismo en el escenario chico y ya entonces me sorprendieron con su propuesta pero se me hacía difícil trasladar algo semejante a un escenario tan grande cuando la banda es un dúo de guitarra y batería. Pues no les costó más de cinco minutos meterse al público en el bolsillo. Siendo solamente dos componentes, lograron que su original puesta en escena cautivara a los allí presentes a base de un directo arrollador que llena de energía las interpretaciones de sus canciones y de alegría los interludios entre ellas a base de comentarios y chascarrillos que hacen desternillarse al personal. Para disgusto mío no entiendo ni papa, porque lógicamente se sueltan sus parrafadas en alemán y yo de este idioma conozco lo justo para sobrevivir en mis visitas allí, pero incluso sin entenderlo, consiguen que te introduzcas en su particular mundo de humor, música y reivindicación política y social, y que es capaz de hacer gozar de lo lindo a una sala repleta en sus cuatro esquinas con tan solo una guitarra, una batería y las voces de ambos componentes. Esta vez contaron además con el apoyo visual de una enorme pantalla de vídeo trasera en la que proyectaban imágenes y mensajes que ayudaron aún más a convertir su actuación en un gozo importante de principio a fin.

 

Llegaba la última actuación que me podía permitir en esta edición por horario si no quería perderme a mi amada Anneke. Y vaya forma de despedirme. Si tenía ganas de ver a una banda en esta edición, esos eran los norteamericanos Egypt. Desde que surgieron hace diez años de ese lugar tan peculiar en el mundo que es Fargo y cuya idiosincrasia ya es mundialmente conocida, aunque solamente sea a base de la película de los hermanos Cohen y la más reciente e impresionante serie de televisión, han ido creciendo en fama y reconocimiento a base del boca a boca que han provocado ellos solitos con sus canciones. Anclados en un estilo básicamente doomie, eso no quita para que tintes de heavy blues hagan de sus temas experiencias propias que recorrer. Impresionante actuación de un trío engrasado hasta decir basta y que arrancó aplausos del respetable hasta hacer sangrar nuestras manos. En cuarenta y cinco minutos sobre las tablas hicieron que se me olvidara por completo que me iba a perder el rush final del evento. Sus tres publicaciones hasta la fecha, y especialmente su más cercano “Endless fight”, me atrevo a decir que deberían formar parte irremediablemente de cualquier seguidor de estos estilos. Grandioso lo de este trío, que ofreció una de las mejores actuaciones del conjunto de los tres días.

 

Y es que son cuatro las bandas que tuve que “sacrificar” en pro de mi amor platónico. La primera de ellas Rotor, a los que realmente me fastidió no poder ver, ya que me gustan mucho y nunca he visto en vivo, pero seguro surgirán más ocasiones. La segunda Greenleaf, quienes se encuentran en un estado de forma excepcional tras la reciente publicación de su último discazo “Rise above the meadow”, pero a los que había tenido la ocasión de presenciar con su show completo hacer un par de meses en Madrid. Con Crowbar no tenía mucho inconveniente, y no porque no me gusten, sino porque además de haberlos visto en varias ocasiones, repito con ellos en el Kristonfest de Bilbao, del que también daremos cuenta en esta web próximamente. Por último, me perdí el fin de fiesta de los portugueses 10000 Russos, grupo novel que cuenta con un único álbum que tampoco he oído y ya habrá ocasión de catarlo a él en casa y a la banda en vivo dada su reciente creación. Anneke me esperaba, por lo que salí pitando a coger el tranvía que me dejaba a las puertas de esa galería de arte que terminaría convirtiendo la jornada sabatina en la mejor de las experiencias.

Y así, sin comerlo ni beberlo y en un abrir y cerrar de ojos, se terminan tres gozosos días de música tras meses esperando su llegada. Como por otra parte ocurre todos los años y como ya de hecho estoy sintiendo según termino de escribir esto. De nuevo volverán las oscuras golondrinas en forma de anuncio de bandas, porque las fechas para la próxima edición ya están fijadas y de hecho se podían adquirir ya las entradas para 2017 en la taquilla, y de nuevo volveremos a estar presentes en lo que será la sexta edición de un festival que se ha convertido en santo y seña de los sonidos más “extraños” del planeta música. La cosa está como está y no tiene pinta de ir a mejorar demasiado de aquí a un año, pero yo de vosotros haría todo lo que estuviera en vuestras manos por acudir aunque sea una sola vez. Eso sí, las autoridades sanitarias advierten de que una vez pisado el suelo de la sala Astra, tu vida musical no tiene vuelta atrás y el enganche al festival puede convertirse a una velocidad de vértigo en una enfermedad no solo altamente contagiosa sino peligrosamente crónica. Y si no, que me lo digan a mí. Auf Wiedersehen Berlin, bis zum nächsten jahr.