Vivimos tiempos complicados.

Nuestros hábitos de vida han cambiado por completo, aún no sabemos si eventual o permanentemente. Cosas tan mundanas como ir a trabajar, a un bar a tomar algo, al cine, y porqué no, a disfrutar de nuestra querida música en directo, pueden haber cambiado radicalmente su concepto, tal y como lo teníamos asimilado hasta el dia de hoy.

Y por supuesto, todos estos cambios, tienen su impacto ecónomico (¿qué no lo tiene?). Partiendo de la base de lo resentidas que estan, a tan sólo tres semanas del inicio de esta situación, las economías familiares, no hay sector que se escape al efecto dominó provocado por  la disminución en el poder adquisitivo del principal factor de consumo de la sociedad, las familias. Cuando todo esto pase, o se normalice...¿cuánto tardará una familia en poder darse el "lujo" de comerse una paella un domigo cualquiera? ¿Cuánto tardará alguien que se ha quedado sin trabajo, en encontrar otro, y poder darse el "capricho" de adquirir una entrada para lo que le apetezca? En definitiva, ¿cuánto nos costará a todos, volver a reactivar la economía?

De toda esta situación, por supuesto, no se libran nuestras bandas. Las hay, que podrían estar el resto de su vida, sin volver a pisar un escenario y sin sacar un disco, que aún podrían vivir tres vidas a cuerpo de rey. Pero, ¿que hay de esas bandas que se recorren Europa en furgoneta, año tras año, porque es lo que les gusta, y su manera de subsistir?

Si algo positivo ha tenido el confinamiento, ha sido que ha obligado al ser humano a estrujarse el cerebro para superar adversidades (ahí téneis a científicos investigando para encontrar una vacuna, a ingenieros diseñando y fabricando en 2 semanas respiradores la mar de válidos para uso en UCI's, y a la población en general ingeniándoselas para combatir la situación como se puede con lo que se tiene). También ha despertado en la humanidad, o eso parece, un sentimiento de unión, de solidaridad.

¿Y que pasa si unimos ambas cosas? Durante los primeros días de encierro mucha gente decidió ofrecer su arte o su conocimiento al resto del mundo, para hacer más llevable la vida entre 4 paredes. Aparecieron las visitas virtuales a museos, las obras de teatro en plataformas digitales, espectáculos de magia, librerías virtuales abiertas...y los conciertos en streaming. Muchas bandas empezaron a ofrecer conciertos desde su garaje, desde su estudio, incluso desde su salón. Se reunían los miembros de cualquier banda, cogían sus instrumentos, enchufaban sus amplis, enfocaban el iPhone y a tocar. En lo que parecía (y desde mi punto de vista es así) un gesto altruista, con un punto publicitario por qué no decirlo también, para con sus fans.

Pero, y aquí llegan mis dudas, ¿qué pasa en el momento en que se empieza a cobrar por esos directos? Soy muy consciente de que las bandas también tienen famílias que alimentar y facturas que pagar. No van por ahí los tiros. Es totalmente lícito que las bandas busquen alternativas a sus vías de ingresos. La pregunta es, ¿dónde está el límite?. Desde que apareció este nuevo enfoque, hemos visto de todo. Entradas o aportaciones simbólicas de 1 o 2€, bandas que siguen ofreciendo repertorios gratis para luego incentivar la venta de merchandising o incluso, llegué a ver un directo en streaming por...ojo, 10$!! (no sé que os parecerá a vosotros, pero a mi personalmente, una salvajada).

Es cierto que aquí entran muchos factores en juego. No es lo mismo emitir con el móvil por Instagram, Facebook Live o YouTube, que tener un equipo profesional con varias cámaras y su propia plataforma. Si ofreces algo, es obvio que, por lo menos, cubras costes. Pero teniendo un público potencial mucho más amplio que en cualquier sala que se precie, por muy grande que sea...¿donde está el límite del precio de esa entrada?

Y lo que más me preocupa...¿es este el futuro de "la música en directo"?