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Hay una especie de locura especial que surge cuando una banda regresa a sus raíces: esa revelación, casi desorbitada, de que aquello que perseguías siempre estuvo detrás de ti. Crobot están ahí mismo, contemplando al monstruo que crearon, sonriendo entre el humo.

Brandon Yeagley sigue predicando su evangelio desde el micrófono como un chamán callejero con una armónica a modo de énfasis. Christopher Bishop continúa siendo el maestro de los riffs: un sonido impregnado de fuerza y ​​energía, como si la guitarra misma intentara escapar de la canción. Y con la llegada de los hermanos Willie (bajo, voz) y Nico Jansen (batería, percusión), el pulso de la banda ha vuelto a sonar auténticamente peligroso: denso, vibrante e imposible de imitar.

Todas las bandas dicen que están “volviendo a sus raíces”. La mayoría quiere decir que se han quedado sin ideas. Crobot lo dice en serio. Han reducido todo a la esencia, redescubriendo ese punto de encuentro sagrado donde la contundencia de Sabbath se fusiona con la extravagancia de Funkadelic, donde la arrogancia de Clutch se encuentra con la era de los Red Hot Chili Peppers. Esto no es nostalgia, es resurrección. Los últimos años han despojado a la banda de toda pretensión. Lo que queda es una banda que ha aprendido a respirar de nuevo, a sentir el ritmo de nuevo, a confiar en la tierra bajo sus pies. Han pasado por la dura realidad de la industria, las giras agotadoras, las trampas del ego y las luchas internas, y de alguna manera han salido adelante con una sonrisa más amplia, riffs más potentes y un sonido más vivo que en la última década.

Ese renacimiento cobra vida con fuerza en “Gun To My Head”, el primer sencillo de su próximo álbum. Es Crobot en su estado más puro: pegadizo, rítmico y con una actitud arrolladora que hace vibrar los amplificadores. El estribillo oscila como un péndulo entre la rendición y la salvación, el sonido de cuatro músicos poniendo a prueba sus límites y encontrando la libertad al otro lado. No se trata de violencia, sino de la presión de la transformación, la tensión entre el amor, la verdad y ese dolor que te obliga a evolucionar.

“A veces te ves obligado a dar un paso atrás y reflexionar sobre lo que de verdad importa”, explica Yeagley. “Cada nota tiene una razón, cada palabra un propósito. Estamos dejando una huella imborrable en la discografía de Robot, y 'Gun To My Head' nos pareció la mejor muestra de lo que está por venir”.

En 2025, Crobot no busca la relevancia. Busca la emoción. Esa alquimia tácita que surge cuando cuatro locos tocan el ritmo y la sala levita por un instante. Han cambiado la artificiosidad por el sudor y el instinto, y se nota. Llámalo renacimiento, llámalo regresión, llámalo como quieras: Crobot ha vuelto a donde pertenece: inmersos en el groove, sonriendo como si no hubiera un mañana y desafiándote a que les demuestres lo contrario.